Vacacionando a orillas del río Coronda, en apacible bungalow de camping. La tarde calurosa y húmeda abrazó a la familia quitando el poco aire fresco que curioseaba por el predio.
Durante dos horas eternas, la pileta nos estaba vedada. El contingente de niños provenientes de la ciudad capital había tomado ese oasis cristalino para sus actividades de colonia.
La modorra post almuerzo se hacía sentir con todo rigor mientras la radio de un vecino anunciaba pico de calor de temporada. El centro del litoral añade a las altas temperaturas sus pesadas gotas de humedad elaborando un cóctel explosivo, aunque este pequeño poblado ribereño cuenta con un frondoso colchón de vegetación que amortigua la aplastante temperatura.
Parte de la familia buscó resguardo bajo la sombra de los pinos, mientras que otros optamos por el auxilio mecánico de los ventiladores de techo, pero a pesar de su ronco esfuerzo, solo soplaban más aire caliente. El intento de siesta no fue un remedio eficaz.
Mi hija ya inquieta y fastidiada esperaba impaciente su cuota de pileta. Entre sus idas y venidas se detuvo ante la caja de pasteles y lápices que descansaba desde nuestra llegada sobre la mesa del comedor. Cruzamos miradas y sin intercambiar palabras, quizás resignados por el agobio y exceso de ocio tomamos unas hojas y nos comenzamos a retratar.
Frente a frente nos escrutamos con seños fruncidos, delineando contornos, buscando detalles de cada rostro. El tic de secarse las gotas de transpiración se hacía cada vez más continuo, pero la silenciosa y aparente concentración nos dio una breve tregua, y así nos sumergimos en otra pileta que por el momento parecía refrescar.
Transpiración y polvillo de tizas pastel no son buena combinación como es de suponer, pero debo reconocer que el rubor policromático pegado en la cara transpirada de mi hija me conmovió. Traté de no ponerme melancólico, por así decirlo y retome la labor.
Finalmente los últimos retoques de nuestros respectivos trabajos fueron interrumpidos por el llamado de mi mujer, anunciando la hora de “pileta” como timbre de fábrica que da por concluida jornada. Cada uno guardo rápidamente sus herramientas y fuimos en busca de nuestras respectivas toallas.
Meses más tarde, ya de regreso a la ciudad, desempolvando los dibujos, contemplo esas Polaroid en pastel, y con determinación compruebo que los trazos inocentes y frescos de la niña, superan al registro ortodoxo de su vetusto padre. Entonces sin más enciendo otro cigarrillo pretendiendo ineficazmente guardar el secreto.
Retrato de Lupe – pastel - Gustavo Gómez Gayá